Este es el primer post de una serie de entradas que dedicaré a hablar sobre algunos filósofos que me hayan interesado. Quiero empezar con Simone Weil por su extraordinario compromiso ético y su lucidez a la hora de analizar y criticar el ejercicio del poder en la sociedad, me he basado principalmente en sus Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social del que hablaré más adelante.
Simone Weil nació el 3 de febrero de 1909 en París, en el seno de una familia judía acomodada, ya desde la infancia demostró una extraordinaria empatía, siendo aún una niña, enviaba chocolate y azúcar a los soldados que se hallaban en el frente, también mostró apoyo al movimiento sindical de la época, e instaba a los trabajadores. Desafió las expectativas impuestas por la sociedad a las mujeres vistiendo ropas masculinas y llegando incluso a firmar cartas bajo el nombre de Simón.
Estudió en la Escuela Normal Superior de París, donde coincidió con Simone de Beauvoir, con quien tuvo un desencuentro en las pocas ocasiones en que conversaron, Weil defendió que lo único que importaba en el mundo era la revolución que alimentara a todas las personas del mundo, Beauvoir, por su parte, arguyó que el objetivo del hombre es encontrar sentido a la existencia, dicho lo cual, Weil desestimó a su compañera con una frase lapidaria: Cómo se nota que nunca has pasado hambre.
A pesar de proceder de una familia acomodada, y de haber llegado a estudiar en una universidad presitigiosa, la inagotable empatía que sentía Weil por la clase trabajadora la llevó a abandonar su puesto como profesora - donde ya entonces dedicaba parte de su trabajo a enseñar literatura a la clase trabajadora, así como a la lucha por la mejora de los salarios - y a integrarse en una fábrica, donde realizaría trabajos repetitivos, como si de una autómata se tratase. Esta vivencia supuso la base de su definición de le malheur, la desgracia, que sume a la persona en une estado frío e inerte. La marca de la esclavitud. Para Weil, los trabajadores de la fábrica se veían reducidos a una suerte de vida como de máquina, en la que no era posible la rebelión, un estado que sirve como ejemplo para el estatuto de la sociedad disciplinaria de Foucault, donde la fábrica supone una de las instituciones disciplinarias, creo, personalmente, que hoy en día, esta vivencia de máquina se ha ido transformando en la sociedad de control deleuziana, e incluso en las sociedades de postcontrol propuestas por Murphy, donde el individuo se fragmenta de formas que parecían imposibles, en lo que se antoja como un recorrido deshumanizante del sujeto-máquina al sujeto-consumidor hasta llegar al sujeto-producto actual, donde los trabajadores han perdido el estatus de piezas o herramientas en una gran máquina que funciona gracias al trabajo y el esfuerzo acumulado de todos los individuos y han de esforzarse en construir lo que ha venido a llamarse marca personal. La posibilidad de este recorrido ya fue analizada por la propia Simone Weil al escribir sobre la sucesión no violenta, no disruptiva de los distintos regímenes.
Estas formas nuevas sólo pueden desarrollarse en la medida en que son compatibles con el orden establecido y no presentan, al menos en apariencia, ningún peligro para los poderes constituidos.
La experiencia en la fábrica y su sensibilidad hacia la lucha obrera no evitó que fuera crítica con el marxismo, y es que su pensamiento siempre tuvo una cualidad de libertad y una enorme capacidad para la crítica, consideró, pues, la filósofa, que la burocracia marxista podía llegar a ser una herramienta de opresión equiparable a la ejercida por los capitalistas sobre los obreros, y es que, para ella los privilegios no bastan para determinar la opresión, interviene otro factor, la lucha por el poder, esta lucha por el poder afecta a todas las gentes, puesto que todo poder es inestable, todos aquellos que ostentan incluso la más pequeña cuota de poder, se ven obligados a reforzarlo, por miedo de vérselo arrebatado en una carrera sin límite hacia el poder.
No podemos olvidar, en cualquier caso, otro elemento fundamental en el pensamiento y la vida de Simone Weil, como es el misticismo. Como ya hemos comentado anteriormente, Weil nació en una familia judía, no obstante, se trataba de una familia agnóstica a pesar de lo cual la idea del Dios cristiano acabó por entrar en el pensamiento de Weil, de una forma totalmente coherente con empatía hacia las clases más desfavorecidas y su identificación con la marginalidad, y es que para ella, el cristianismo es la religión de los esclavos y, por lo tanto, la suya propia, llegando a asegurar que había vivido tres revelaciones místicas. No obstante, y eligiendo mantenerse en los márgenes, nunca llegó a bautizarse e integrarse en la iglesia, en un escepticismo hacia los estatutos colectivos equiparables a su crítica por el marxismo, puesto que para Weil el colectivo no puede pensar, y solo el individuo tiene la capacidad de hacerlo.
Weil contrajo tuberculosis en 1943 encontrándose en Inglaterra realizando un entrenamiento para operar como agente clandestina en la segunda guerra mundial, en la cual había tratado de participar en numerosas ocasiones, aunque sin éxito -sí había participado en la guerra civil española insertada en la Columna Durruti - en su convalecencia, los médicos le prescribieron descanso y una buena alimentación, sin embargo, y como ya adelantamos al inicio, Simone Weil, fiel a sus ideales, se negó a comer más de lo que ofrecían las raciones que se entregaban en la Francia ocupada, incluso ayunando en muchas ocasiones, contribuyendo a que su enfermedad empeorara hasta que finalmente falleció de tuberculosis y hambre.